Según
los datos del Observatorio Español sobre
Drogas (2015), el alcohol sigue siendo la droga más consumida en España y
la que más peticiones de ayuda demanda (Ministerio de Sanidad, Servicios
Sociales e Igualdad, 2015).
El
alcohol es una sustancia depresora del Sistema Nervioso Central (S.N.C). Esto
quiere decir que, cuando una persona introduce esta sustancia en su organismo,
las funciones del S.N.C generalmente se enlentecen generando una serie de
cambios en su fisiología y comportamiento: disminución de la respiración,
ralentización del movimiento, somnolencia, sensación de bienestar,
desorientación, etc.
Evidentemente, la intensidad y gravedad de estos cambios
dependerá de la dosis o cantidad de alcohol ingerida así como del contexto en
el que se de dicho consumo. En
este sentido, el consumo de alcohol de una persona puede situarse en un
continuo que abarque desde un consumo normalizado y responsable hasta un
consumo problemático que tenga mayor potencial para generar distintas
problemáticas de tipo físico y psicológico.
En
función del nivel de riesgo o de las potenciales consecuencias que pudieran
derivarse, se han establecido tres tipos de consumo que no sólo guían la
práctica clínica del psicólogo sino que pueden suponer una orientación para aquéllas
personas que estén interesadas en conocerlo:
-
Consumo de riesgo: es un tipo de consumo que aumenta las posibilidades
de que la persona sufra consecuencias adversas de tipo de físico, psicológico o
sociales tales como accidentes, enfermedades, problemáticas psicológicas o
familiares. Generalmente, este tipo de patrón se realiza antes de que hayan
aparecido estos problemas.
- Consumo perjudicial: se trata
de un tipo de consumo de alcohol que ya está afectando a la salud física sin
que por ello se pueda establecer que existe una dependencia a la sustancia.
- Dependencia al alcohol o
alcoholismo: en este caso estaríamos hablando de una notable dificultad para controlar el consumo de alcohol. La
explicación que subyace al desarrollo de este tipo de adicción ya no solo se
centraría en la sustancia o la cantidad que se ingiere, sino que habría que
tener en cuenta otros muchos factores de tipo personal y contextual que
favorecerían su desarrollo.
A partir de ciertos estudios
epidemiológicos, se han establecido una serie de cantidades de alcohol
orientativas para establecer los tipos de consumo que comentábamos
anteriormente. Para esta tarea, se ha propuesto convertir los gramos de alcohol
y los centímetros cúbicos de cada bebida, a una unidad de medida diferente que
se ha denominado como Unidad de Bebida Estándar o U.B.E .
Las UBEs serían el contenido
medio de alcohol de una bebida atendiendo a su graduación y volumen. En España,
al igual que en otros países, equivaldría a 10 g. de alcohol puro. De esta
manera, las UBEs de las diferentes bebidas serían las siguientes.
BEBIDA
|
VOLUMEN
|
UBEs
|
Vino
|
1 vaso (100 ml.)
1 litro
|
1
10
|
Cerveza
|
1 caña (200 ml.)
1 litro
|
1
5
|
Destilados
|
1 caraquillo (25 ml.)
1 copa (50 ml.)
1 litro
|
1
2
50
|
Cavas, vermut, licores de frutas.
|
1 copa
1 litro
|
1
20
|
Teniendo en cuenta todo lo
anterior, se ha definido el consumo de riesgo como un consumo casi diario y que
supera los 40 gr de etanol (más de 4 UBEs) en hombres, así como un consumo
superior a 24 gr de etanol (más de 2 UBEs), en mujeres. O teniendo en cuenta
otros parámetros, hablaríamos de 21 UBEs semanales en hombres y 14 UBEs
semanales en mujeres (Seregcini et. al, 2007). De la misma forma, un consumo
ocasional pero de riesgo, sería aquél que superara los 50 g. de alcohol (5
UBEs) en hombres y 40 gr. (4 UBEs) en mujeres.
Por último, consumos superiores a
los 60 gr./día de alcohol en varones así como de 40 gr./día de alcohol en
mujeres corresponderían a lo que hemos denominado como consumo perjudicial.
No quisiéramos cerrar esta
entrada sin dejar de lado una cuestión relativa al concepto de riesgo. Hasta
ahora, se ha estado planteando que el nivel de riesgo derivado de cada tipo de
consumo estaba relacionado con la cantidad de alcohol ingerida. Sin embargo,
desde aquí queremos ir un poco más lejos y poner sobre la base de la reflexión
que, si bien las cantidades de alcohol son importantes para establecer el nivel
de riesgo, no nos podemos olvidar que en la interacción con la bebida hay una
persona que está emitiendo la conducta de beber y que lo hace bajo un contexto
físico y personal.
Es decir, existen otro tipo de
variables que pueden hacer que el riesgo aumente o disminuya más allá de las
cantidades consumidas. Por ejemplo, el nivel de riesgo será diferente si la
persona que está consumiendo está embarazada o tiene una cardiopatía, que si es
una persona sana. Tampoco será el mismo nivel de riesgo un consumo cuya función
se base en un acontecimiento social (una boda, por ejemplo) que si se hace para
escapar de estados emocionales negativos. De la misma manera, el riesgo será
diferente si se está en un entorno seguro que si se va a coger el coche tras el
consumo.
En definitiva, aunque la cantidad
de alcohol ingerida es un requisito importante para valorar el riesgo derivado
de un determinado consumo de alcohol, no podemos dejar de lado otros factores
de tipo personal y contextual. Y siendo esto así, animamos a nuestros lectores
y amigos a tenerlos todos en cuenta de cara a realizar un consumo lo más seguro
posible.
BIBLIOGRAFÍA:
Guardia Serecigini, J., Jiménez-Arriero, M., Pascual, P., Flórez, G., & Contel, M. (2007). Alcoholismo: Guías Clínicas basadas en la evidencia científica.